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martes, 16 de marzo de 2010

Renovables y seguridad energética (Simón Folch)

Sin energías renovables no hay futuro. Deberíamos metérnoslo en la cabeza. No son una opción, sino una exigencia fáctica. La humanidad siempre había funcionado con energía renovable –como la biosfera por entero, es su forma de hacer– y puede que lo haga de nuevo con el tiempo. En el interín, habrá habido el esplendoroso paréntesis de los combustibles fósiles, la rutilante excepción que ha permitido el fulgor de la civilización industrial y, también, el primer trastorno climático inducido por los humanos. Trescientos años pudiendo quemar intensamente carbono fijado durante tres millones de siglos: un lujo milagroso…
La energía nuclear, la conocida de fisión o la hipotética de fusión, tal vez alterará ese regreso completo a las renovables. De no hacerlo, el siglo XXII, el XXIII a más tardar, será renovable por completo. No es un vaticinio, es una constatación: la Tierra no tiene nada más (salvo improbables hallazgos, dejemos esta puerta abierta para mantener el rigor científico). Convendría que nos fuésemos instalando mentalmente en tal escenario.

Pero no lo hemos alcanzado aún. Tan de cegatos es negarlo como creer que ya estamos en él. Ninguno de nosotros lo verá. Por una parte, nos queda mucha energía fósil todavía (más gas y carbón que petróleo, por cierto). Por otra, no tenemos a punto ni la tecnología, ni los procesos productivos, ni los hábitos sociales para prescindir enteramente y de golpe de los combustibles fósiles. Y, finalmente, tampoco hemos desarrollado de forma completa aún las instalaciones de captura y transporte de energías libres. Libres, sí, porque las energías renovables no existen, de hecho.
La energía no se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Es un principio clásico de la física. Ni se crea, ni se destruye, ni se renueva (aunque se degrada entrópicamente). Lo que se renueva es el caudal energético solar que la Tierra intercepta cada día. También se acabará, pero faltan algunos millones de años… La solar es, pues, energía en constante reposición. No es energía renovable, sino energía diariamente renovada que mueve el mar, agita la atmósfera y genera los fenómenos meteorológicos que acaban convirtiéndose en clima. Se renueva nuestra captura, la energía llega una vez y basta. También deberíamos metérnoslo en la cabeza.
El peso de las energías libres capturadas ya comienza a ser considerable en nuestro mix energético. Que una tercera parte de la electricidad consumida en España (en ciertos momentos dados, no todo el día) provenga de centrales eólicas o fotovoltaicas, amén de las hidráulicas clásicas, es más que notable. Quienes se reían de esa posibilidad 10 o 15 años atrás deberían reconocer su error. A la par, tendrían que ser más prudentes quienes no se explican por qué aún quemamos gas o petróleo. Entre reaccionarios escépticos y visionarios impacientes alguien debe conservar la calma, por más que empuje el cambio climático. Confundir el deseo con la factibilidad instantánea no es una actitud avanzada, aunque sea más simpática y útil que solo confiar en el pasado.

El tema de la seguridad energética también juega a favor de la captura de energías libres. Cabe notar que el aumento del peso de las renovables en el mix energético favorece los intereses de los países faltos o escasamente dotados de energías fósiles, como el nuestro. Les ahorra importaciones onerosas y mejora la seguridad del abastecimiento energético al disminuir la dependencia respecto de terceros. En contextos internacionales inestables, no es irrelevante. Basta pensar en el trastorno que provocó en Europa central y oriental, hace poco más de un año, en pleno invierno, la interrupción del suministro de gas ruso. Cuando se habla de la conveniencia de mallar las redes de distribución energética (tendidos eléctricos, gasoductos), pensamos en la capacidad de trasvase en caso de avería, pero también en los conflictos entre estados. Con las energías libres capturadas in situ, ese problema se diluye.

Más allá de oscilaciones coyunturales o especulativas, el precio de los combustibles fósiles no cesará de crecer en las próximas décadas. En cambio, la captura de energías libres resultará cada vez más barata. No hablo de las discutibles primas actuales, que son estímulos financieros más que ayudas a la producción, sino de la generalización y abaratamiento de los sistemas de captura, que tienden a converger, además, hacia la generación de electricidad, el gran vector energético del futuro. La paulatina migración de las motorizaciones de combustión interna a la propulsión eléctrica es muy positiva en este sentido, porque permitiría utilizar mejor la producción eólica alta en horas nocturnas, de demanda eléctrica baja.
Pero no todas las renovables se comportan igual. Una proporción inadecuada a cada momento concreto del proceso de transición hacia un sistema productivo bajo en carbono podría conducir a desfases graves entre la capacidad de generación y la demanda instantánea. Es el tipo de temas que debemos ir ensamblando sin traumas ni prisas excesivas. Pero sin pausas. El verdadero progreso siempre funciona así.

*Socioecólogo. Director general de ERF

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