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jueves, 25 de junio de 2020

Mr. Ken Wetherell según José Giacopini Zárraga (Artículo del Dr. Gustavo Coronel).

Un perfil de José Giacopini hecho por Ken Wetherell



José Giacopini Zárraga

En 2013 visité a Kenneth Wetherell en su casa situada en Dorchester, una bella aldea cercana a Oxford, ver: http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2013/09/40-years-later-visiting-ken-wetherell.html.  Fue la última vez que nos vimos, ya que mi querido amigo murió meses después. Pasé todo el día con él, caminando por las calles de la aldea, visitando la bella capilla de la aldea y conversando sobre Venezuela. Buena parte de ese tiempo fue utilizado por Ken para hablarme de algunos de nuestros amigos comunes. En especial, sobre José Giacopini Zárraga. Me confesó que, a su partida de Venezuela, había escrito un obituario de José pensando que no viviría mucho más tiempo,  pero, en efecto, José vivió unos 25 años más, hasta los 90 años (1915-2005). Las notas que siguen son parte de ese obituario que nunca tuvo ocasión de publicarse.
                              
José Antonio Giacopini Zárraga
José, o Giaco, como lo llamaban sus amigos, nació en Caracas en 1915 en el seno de una familia bien. Se graduó de abogado pero nunca ejerció la profesión. Sus contactos familiares le abrirían muchas puertas. A los 24 años fue secretario de la presidencia de Venezuela y me dijo que, en una ocasión, había manejado al país por varios días,  casi solo, durante una transición. A los 26 años fue nombrado Gobernador del Territorio Amazonas y es todavía recordado allá por haber importado los primeros tractores.

En su juventud José llevó la vida un tanto disipada de la Caracas de clase alta. Nunca perteneció a un partido político. Su rama paternal era muy republicana y su rama materna muy apegada a la autoridad, por lo cual desarrolló una habilidad para mantenerse entre esos dos campos. Llegó a ser visto como alguien independiente, discreto, respetado, confiable. Podía hablar con grupos extremos y conciliarlos. Se convirtió en un consejero preferido por políticos, empresarios y militares.

José sabía cómo reparar orgullos ofendidos y con quien hablar para resolver conflictos. Siempre estaba en estrecho contacto con la gente en el poder, con quienes creían estar en el poder y con quienes deseaban estar en el poder. Se convirtió en un diplomático universal, conocido por todos en todo el país, los poderosos y los humildes. En una ocasión viaje con él al estado Apure y aterrizamos en un pequeño poblado para reabastecernos de gasolina. A los pocos minutos llegaron los habitantes a saludar a su amigo José. De mí ni siquiera se ocuparon.

José carecía de malicia. Siempre simpatizaba y le daba la razón a su interlocutor, quien era tratado con extrema, casi exagerada, cortesía, no importaba su rango social. En la década de 1940 comenzó su carrera con Shell en Relaciones Públicas, era lo lógico. Siempre mantuvo una excelente relación con el dictador Pérez Jiménez y hasta fue parte de su último gabinete, por breves días antes de su caída. No sabía decir que no. José continuó en Shell, como confidente, negociador y consejero de sus presidentes. Como Ejecutivo José no tenía la menor habilidad pero siempre fue un extraordinario conciliador. Nunca escribió un Memo. En su escritorio conservaba una foto de Jacqueline Kennedy. No importaba el tema tratado, José siempre figuraba como protagonista y nos narraba anécdotas relacionadas con el tema donde él había jugado un papel importante, lo cual – además -  era cierto. Era invitado a innumerables eventos sociales, en los cuales tomaba solo agua con unas gotas de amargo de angostura el llamado cóctel Giacopini Especial. En cada evento permanecía unos 30 minutos pero hablaba con todo el mundo, quienes recordaban al día siguiente que José les había dedicado mucha atención. Tenía algunos chistes listos para cada ocasión.

Aquí, interrumpo yo, Gustavo, para recordar uno de esos chistes que ofreció a un grupo en el cual me encontraba:

Un señor desarrolló una fuerte dispepsia y el médico le recomendó que volviese a tomar leche materna, para lo cual contrató una nodriza, muy joven y bella. Cuando el paciente comenzó a “alimentarse” la joven se fue poniendo cada vez más excitada. El paciente se le quedó mirando y le preguntó: ¿“Podría usted hacerme un favor”? Y la joven le respondió, ruborosa: “Pídame lo que usted quiera”. A lo cual el paciente respondió: ¿“Me podría buscar unas galletitas”? 

Tenía otro que involucraba una yegua y unas monjas que considero no apto para figurar aquí.
Continuó Ken diciendo: “Cuando la nacionalización tomó lugar, José se convirtió en el asesor político y consejero del general Rafael Alfonzo Ravard, cargo que conservó desde 1976 hasta 1993. La última vez que lo vi, en Agosto 1993 fuimos a almorzar y durante el almuerzo fue objeto de muchos saludos por parte de todos los comensales en el restaurant. Cuando le comenté sobre su popularidad me dijo que se debía a que “cuando visitaba el zoológico nunca hablaba mal de los caimanes”.

José era muy eficiente y efectivo, sin tener poder, riqueza o influencias significativas. No era un gran organizador ni un gran comunicador de ideas. Quizás su gran cualidad fue la amistad, sencilla y sincera. Como resultado, no importaba el favor que él pudiera pedirle a alguien, ya sea desagradable o complicado, siempre obtenía una respuesta favorable. Todo el mundo se desvivía por complacerlo.
José fue un genio de la amistad.

Hasta aquí el perfil de José que me pintó Ken Wetherell. Ken, muy inglés, tenía una cordialidad y sencillez especial. Fue muy religioso y amó mucho a Venezuela y a Colombia. Escribió una Historia de Cartagena, la cual no he podido conseguir. Cuando lo visité en Dorchester tenía ya un Parkinson avanzado. Fuimos a tomar el té y nos sentamos el uno frente al otro. Yo comencé a tomar mi té y, de repente, vi que él no tomaba y comprendí la razón. Tomé su taza y se la acerqué sus labios, una y otra vez, hasta que ambos – conversando - tomamos nuestro té. Todo fluyó con perfecta naturalidad entre quien había sido el poderoso presidente de Shell Venezuela y quien había sido, alguna vez,  uno de sus jóvenes empleados.

La vida nos había igualado en la amistad.

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