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domingo, 27 de abril de 2014

No Keystone XL? Christopher Flavelle


To hear the Canadian government tell it, Barack Obama's administration has yet to approve the Keystone XL pipeline because it won't stand up to environmental activists. Exhaustive new reporting offers a more persuasive explanation: The oil pipeline hasn't been approved because the Canadian government keeps screwing up.
Today's story by my colleagues at Bloomberg News bureaus in Toronto, Ottawa and Calgary, the result of more than 75 interviews, lays out how Canada's failure to secure a green light for Keystone can be traced to a series of miscalculations, missed opportunities and flat-out mistakes. (The story is worth reading in its entirety.)
-- In the months leading up to the pipeline's first big hurdle, Nebraska's 2011 rejection of its proposed route, the Canadian government was slow to realize the project was in trouble. "Unappreciated by Canada," the reporting team led by Edward Greenspon writes, "anti-Keystone storm clouds were gathering."
People in regular contact with the prime minister say that despite periodically talking up a need for greater trade diversity, he felt no major cause for alarm. His outlook seemed validated in late August when the State Department conferred its environmental seal of approval on the project. Foreign Affairs Minister John Baird maintained close contact with Secretary of State Hillary Clinton, viewed as pipeline friendly. Keystone looked set for approval.

Then just like that, or so it seemed in Canada, the emerging energy superpower got stopped in its tracks in Nebraska, America’s 37th-largest state by population and one crisscrossed by pipelines. The Canadians were surprised and stunned by the pushback, said a Canadian diplomat who worked on the file.
-- In response to that unanticipated setback, Prime Minister Stephen Harper failed to heed Obama administration warnings that an aggressive lobbying campaign would only make things harder, by making it look as if it was approving the pipeline under pressure.
Canada did the opposite, deciding "to refocus U.S. lobbying on vulnerable Democratic senators representing pro-oil states. The White House, State Department and embassy kept cautioning that making a fuss of any kind would merely taint a sensitive process subject to litigation. Harper demurred."
If that seems like a self-defeating strategy in hindsight, it's because Harper was also trying to appease his own domestic political constituency. "If Keystone was eventually turned down," Greenspon writes, "the Conservative base would know the government had gone to the wall. A squeaky wheel served that purpose, too."
-- Toning down the public campaign isn't the only advice Canada chose to ignore. The Obama administration told the Harper government that getting the pipeline approved would be easier if Canada would regulate its oil and gas emissions. Harper failed to impose those regulations, despite promises to do so.
What today's story reveals as the thinking behind that decision:
The regulations didn’t surface because Harper and his closest advisers were dubious they mattered. They had come to the conclusion that Obama swallowed concessions whole and gave nothing back. Without an administration commitment to a joint approach, they felt Canada would be digging itself into a competitive hole, according to people familiar with the back-and-forth of the discussions.
In other words, the Canadian prime minister blocked vital national environmental regulations out of spite: He didn't want to give Obama anything without getting something in return. That's not only the wrong way to set policy but also had the effect of setting back his cause. The result, writes Greenspon, was Canada "allowing itself to become stigmatized as an environmental laggard," and "leave Obama little to work with."
-- The Conservative government responded to Obama's vacillations by making things personal. "Harper couldn't let go," Greenspon reports. "Even his inner circle was a bit taken aback by the depth of his criticism for Obama and the frankness with which he expressed it."
Many long-time players in Canada-U.S. relations, including some of Harper’s own diplomats, also question whether Canada was wise to position itself as an equal partner and choose to irritate rather than accommodate. “We’re not the G-1, the U.S. is,” said Peter Harder, foreign affairs deputy minister during Harper’s first year in office. “We’re the ones who need to be working harder to have a good relationship.”
What's the takeaway from all this? What makes it more than just the story of a medium-size country run by an occasionally inept government? It's not Keystone, whose importance to climate change probably isn't as great as its opponents claim, as Jonathan Chait and others have argued. Whether it's approved or not, the climate movement has bigger problems to deal with, leaving this pipeline as a footnote in a much larger battle.
What seems more noteworthy, and more concerning, is the way a single project can rot the judgment of a government otherwise known for its shrewdness. Maybe the real lesson of Keystone is that debates involving shrill rhetoric, big egos and plenty of money can cause even the smartest people to lose their senses. The climate community will want to take note.
To contact the writer of this article: Christopher Flavelle at cflavelle@bloomberg.net.

miércoles, 16 de abril de 2014

El precio del petróleo sigue siendo lo suficientemente alto para mantener los inversores interesados en los beneficios potenciales del Fracking


Fracking en Europa

El gas pizarra se ha convertido en una alternativa energética en EEUU y muchos en España abogan por seguir el camino americano y comenzar a estudiar su extracción (fracking), que está llena de controversia. El problema es que el coste de extracción del también conocido como gas de esquisto es más elevado de lo previsto, lo que reduce la rentabilidad y obliga a las empresas a endeudarse para seguir invirtiendo en nuevos pozos. Si sus balances no mejoran, el futuro del fracking podría no ser tan brillante como se espera.
Un ejemplo para ilustrar la factura que supone esta técnica respecto a las tradicionales. Los productores independientes de shale gas, como se conoce por su nombre en inglés, en EEUU calculan que en 2014 por cada dólar que obtengan de la venta de este gas habrán invertido 1,5 dólares para su perforación y extracción. En contraste, ExxonMobil, la mayor petrolera del mundo, solo necesita invertir 68 centavos por cada dólar que obtenga de ingresos.

El coste del fracking aumenta: el problema de la producción

El problema radica en que la producción de petróleo a través de este método cae más rápido que utilizando medios convencionales. La Agencia Internacional de la Energía cálcula que se necesitan 2.500 pozos nuevos al año solo para mantener la producción de 1 millón de barriles al año en el yacimiento de Bakken, en Dakota del Norte. En comparación, en Iraq apenas se necesitan 60 pozos para obtener los mismos resultados.
Los pozos de gas pizarra reducen su producción entre un 60 y un 70% solo el primer año, mientras que los pozos tradicionales la reducen un 55% en los dos primeros años. Estas estimaciones de Drillinginfo muestran como las empresas se ven continuamente obligadas a reinvertir en nuevos pozos para mantener la producción.
Estos problemas se trasladan a nivel corporativo. Sanchez Energy Corp, una empresa tejana especializada en extracción de gas pizarra, deberá invertir 600 millones de dólares este año para unos ingresos estimados que son la mitad, unos 300 millones, según señala Bloomberg. Además, en uno de sus yacimientos ha obtenido cinco veces más agua que crudo.
"Estamos empezando a vivir en un mundo donde obtener más petróleo supone más energía, más esfuerzo y será más caro", explica a la agencia Tad Patzek, presidente del departamento de Petróleo y Geosistemas de la Universidad de Texas.
Pese al coste elevado que supone la tecnología del fracking, fracturación hidráulica en castellano, Andy Lipow, presidente de la consultora de energía Lipow Oil Associates, asegura que "no veo que el auge del gas esquisto haya llegado a su fin". De hecho señala que se está comenzando la extracción de este gas en lugares como Colorado, Wyoming u Oklahoma.

La clave: el precio del crudo

Las empresas, a pesar de que incluso con el petróleo por encima de 100 dólares tendrán dificultades para obtener beneficios, siguen aumentando la producción de crudo con estas técnicas. De hecho, desde finales de 2011, EEUU en conjunto ha elevado su producción de crudo un 39%.
Con todo, los cálculos varían en función de cada pozo petrolífero, y se estima que el coste puede oscilar entre 6,4 millones de dólares y 13 millones de dólares, que es lo que está inviertiendo Goodrich Petrolem, tal y como explicó Robert Turnham, su presidente y consejero delegado, durante la presentación de sus resultados la semana pasada.
A pesar de ello, extraer petróleo con este técnica sigue siendo más caro. Por ejemplo, en Iraq el coste del barril de petróleo para las empresas ronda los 20 dólares. Sin embargo, el punto de equilibrio para obtener beneficios en EEUU con petróleo proveniente del fracking está estimado entre 60 y 80 dólares el barril, según la AIE.
El precio del petróleo West Texas no ha bajado de los 80 dólares desde 2012 y se ha mantenido por encima de 90 dólares desde mayo, pero según los expertos, una caída sostenida del precio del petróleo por debajo de 85 dólares/barril haría que esta técnica ya no fuera rentable. De hecho, aseguran que las empresas dedicas a este tipo de gas podrían aguantar algún tiempo si el precio del barril se coloca por debajo de 85 dólares, pero si se mantuviera una caída prolongada de precios podría frenar este tipo de extracciones.

Un problema de deuda

"Para mantenerlos en el corto plazo (los pozos de gas pizarra), EEUU necesita un precio del petróleo en la zona de los 65 dólares/barril", ha señalado Leonardo Maugeri, exgerente de la petrolera italiana Eni y actual investigador de la geopolítica energética en Harvard.
Por el momento, los inversores parecen dispuestos a seguir apostando por esta técnica, mientras las empresas siguen endeudándose rápidamente. El precio del petróleo sigue siendo lo suficientemente alto para mantener los inversores interesados en los beneficios potenciales.
Sin embargo, "hay un momento en el que los inversores se muestran preocupados por los niveles de deuda y sobre cómo se va a seguir financiando el gasto", concluye Ryan Oatman, analista de energía de Sun Trust, un banco de inversión. "¿Cómo acelerar la producción sin preocupar a los inversores sobre el balance de la empresa? Esa es la tensión clave en la industria", concluye este experto a Bloomberg.